e x t o s

 

 

   c  r  ó  n  i  c  a

28/07/2018


La evasión de la vida.
Sobre la literatura en la obra Incesto de Mário de Sá-Carneiro

Rafael Stockebrand


El hombre es el ser entreabierto.
Gastón Bachelard

Si es que todo pensar es pensar lingüísticamente y la escritura no es más que jugar con el lenguaje, entonces, la escritura es una acción que se ejerce en y hacia el pensamiento. En este sentido, la literatura va más allá del mero escribir, sino que es indisociable del pensar. Si esto es así, no sólo se pone en cuestión lo que solemos entender por literatura en un sentido cotidiano, sino que, además, aquella amenaza con fagocitar todas las demás disciplinas que, de buenas a primeras, tendemos a concebir como dimensiones separadas de ésta. El hecho de que ramas como la filosofía, la historia y hasta las ciencias, tanto naturales, como sociales, puedan devenir literatura, o que nunca hayan sido otra cosa que literatura, compromete la forma en cómo pensamos las distintas dimensiones del conocimiento y de la realidad. En este sentido, es de suma urgencia preguntarse por la esencia y extensión de aquella, y cuáles son sus fronteras. Sin embargo, decir esencia de la literatura ya nos lleva a un cruce de caminos en donde debemos tomar una decisión metodológica, pues aquella puede ser abordada en su condición conceptual o en su incidencia existencial. Esto es, podemos tematizar la literatura como un concepto voraz que amenaza atrapar a las demás disciplinas en su singularidad o como una experiencia particular que se aloja en la vida de cada individuo, o, de manera extrema, es la vida de cada individuo.

Pensemos en el texto Incesto de Mário de Sá-Carneiro. Esta novela, publicada en 1912, presenta la trágica historia de un dramaturgo que, habiendo sucumbido al amor, ya no sabe qué sentimientos bullen dentro de él. Y es que nunca es tan claro qué amor es el que siente el protagonista hacia su pareja, pues ¿acaso es siempre clara la línea divisoria entre lo filial y lo romántico?

Pero el autor no sólo se limita a describir una historia trágica y a la vez hermosamente compleja sobre el amor-perversión de un hombre vapuleado por la vida –Luís de Monforte–, sino que, a través de ésta, De Sá-Carneiro expone su propia historia. Muchas veces el narrador en tercera persona pasa a la primera persona para llorar sus penas e infortunios. De este modo, Incesto consta de dos protagonistas que se pelean los espacios dentro de la obra, Monforte y De Sá-Carneiro

Ahora, junto a la complejidad temática y literaria que puede exponer el texto, propongo rastrear en él una interpretación de la noción de «literatura».

En el texto, Monforte educa a su hija Leonor dándole la libertad de leer todo tipo de libros, sin embargo, sólo le permite elegir los que se encuentran dentro de lo que él define como «libros hermosos» y le prohíbe acercarse a la «literatura de pacotilla». Para el padre, entonces, la literatura que vale la pena leer es aquella que, siendo sensual, estremecedora y soberbia, no es para la gente honesta, pues, según el autor, éstas leen literatura recatada y tediosa. De este modo se dice: “Los volúmenes especialmente escritos para ser puestos en manos de todas las personas, nunca deberían ser puestos en manos de persona alguna”
[1]. Pero, ¿en qué sentido es siquiera apropiada esta distinción? ¿Acaso no es más que un simple juicio de valor personal? Pues, en definitiva, siendo buena o mala, es aún literatura. ¿Qué ganamos, entonces, presentando la postura del autor con respecto a la buena literatura? Esta distinción toma sentido si pensamos que De Sá-Carneiro no sólo estaría diciendo que la literatura de pacotilla es mala literatura, sino que no es, en definitiva, literatura alguna, sólo son malos libros.

Pero, ¿qué es entonces literatura? A lo largo del texto De Sá-Carneiro da cuenta de relatos o experiencias que pueden sugerir una posible interpretación de aquella noción.

El autor relaciona el término de «literatura» con el de «excepcional». Así, en el texto él dice: “Pero todo esto, todo es literatura…, todo esto es excepcional… Retomemos nuestros asuntos”
[2]. Este extracto se encuentra entre dos relatos provenientes del hundimiento del Titanic, ocurrido en el mismo periodo en que esta obra estaba siendo escrita. Así, por medio de la cita, se separa el relato del «todo esto» con el de «nuestros asuntos», podríamos también decir: separa lo excepcional de lo pueril.

Lo excepcional es la historia de una joven esposa de millonario que, siendo la madre absolutísima
[3], rescató a decenas de niños de dentro de los camarotes del trasatlántico y los puso a salvo en los distintos botes salvavidas que se alejaban de la catástrofe y se perdían en la oscuridad de aquel terrible 14 de abril. De Sá-Carneiro admite haber llorado por aquella mujer y haberla amado en ese llanto, aún sin conocerla. “Lloré, sentí una pena infinita por ese lindo rostro de mujer, la amé, ¡Ah, sí, por un segundo la amé con toda mi alma! Y lloré”[4]. Lo pueril, por otro lado, es la vergonzosa historia de dos hombres abatidos por las armas de los oficiales de cubierta cuando intentaban pasar por sobre mujeres y niños para sobrevivir. Vivir y querer vivir es, para el autor, el sentimiento de revelación, el más sagrado; pero, a la vez, es el más humano, el más pueril. Y esto no es literatura, es la vida real, la vida de todos y cada uno de nosotros[5]. Para el autor, entonces, la literatura da cuenta de lo que no es la vida, sino de una realidad otra. “Ninguna realidad dada, ni aún superior, puede satisfacernos”[6] dice Paul Klee en su texto Teoría del arte moderno. La realidad literaria, entonces, es aquella que nunca es dada y, por lo tanto, con la que no podemos estar insatisfechos. Así, el sentido de la literatura en Incesto es el de la evasión de la vida. Una antitésis a la realidad.

He aquí una propuesta de comprensión de la literatura en tanto modo de evadir la vida banal dirigiéndose hacia otras posibilidades no dadas de realidad. El escritor, entonces, es el sujeto de la huida infinita hacia tierras ignotas. Pero, ¿acaso es posible la evasión? Esto es, si el escritor logra escapar de sí y visita, finalmente, otros mundos posibles, entonces toda realidad que lo acoja será ya insatisfactoria, exigiendo una nueva salida. Sin embargo, si fuese así, si toda tierra añorada es alcanzable, entonces, ¿dónde queda la verdadera salida del mundo? ¿Si el afuera se vuelve dentro, qué motiva la escritura?

De Sá-Carneiro responde a esta interrogante de la siguiente manera:

Proclamando sin descanso mi desgracia, maldiciendo la existencia, iré gozando de cuanto en ella encuentro de bueno, como el resto de la gente, a fin de cuentas. Y escribí todo esto…Literatura, amigos míos, literatura…[7]

No es posible hablar de salida en la literatura, pues aquella no representa un final. El autor admite que jamás tendrá el valor de cometer suicidio y así acabar con el peso de la existencia, por lo tanto, lo único que le queda por hacer es escribir. En este sentido, la escritura es el medio por el cual el escritor busca infructuosamente evadirse de su Ser. Sin embargo, escribir no es morir, sino que, más bien, sufrir. El suicidio termina algo, cierra una vida, representa un final. La escritura no, nunca se cierra, nunca se acaba, no termina con nada ni con nadie. “A pesar de no creer en nada, seguiré componiendo más libros, siempre más libros, a la conquista vana de una quimera de oro…”[8]. Quimera, ilusión de satisfacción, de tranquilidad, ya sea en la banalidad de la vida o en el cierre del suicidio; ambas posibilidades clausuradas para el escritor.

En definitiva, la literatura no es un morir, pues no es consumación, su destino no existe realmente. Por eso De Sá-Carneiro dice que nunca se suicidará, sino que escribirá. Escribir: pseudo-suicidio. Peor que el suicidio y la muerte. La impotencia de morir.

Así, también, aquella –la literatura– es la bisagra, el desdoblarse del sujeto en el límite de una vida terrenal y una literaria. El literato rehúye a la vida banal y honesta. Y, por medio de ésta, reafirma el lugar desde donde quiere escapar; su vida banal. ¿Qué condición más terrible que la de una huida que sólo logra recordar el peligro del que queremos escapar? Levinas explica, con relación al placer como medio de evasión, que:

El instante se reconquista solamente en el momento en que el placer se quiebra tras la rotura suprema que al ser le ha parecido el éxtasis absoluto, pero donde está absolutamente decepcionado y avergonzado de encontrarse existiendo.[9]

En el caso de De Sá-Carneiro, a diferencia de Levinas, la existencia no corresponde al ser en su sentido más general, sino que corresponde a la vida como un sufrimiento eterno[10]. Sin embargo, la decepción tematizada por Levinas presenta el mismo sentido de la literatura en Incesto, el literato, luego del ejercicio del escribir, avergonzado se reencuentra existiendo.

Literatura: el fracaso de la sublevación. Escritor: eterno amotinado. Escribir: añoranza y evasión. En definitiva, el autor, al igual que su protagonista, se encuentra entre el vivir y el morir. Aquella ἀπορία es cristalizada en el libro.

Sin embargo, ¿qué provoca que alguien se arroje al imposible de la literatura? Para De Sá-Carneiro aquello es provocado por la miseria del alma humana
[11]. En efecto, el extremo tormento de Monforte al mirar a su esposa y ver dentro de aquellos ojos el recuerdo de su hija Leonor, provoca que aquel intente evadirse por medio de las letras. En este sentido, el autor, hablando a través del mejor amigo de Monforte, el Doctor Noronha, explica que “el artista, pues, había caído en una vulgaridad tan banal que hace mucho tiempo que la literatura se había apoderado de él[12]. Vale decir, aquel terrible tormento impuso el constante horror de la propia vida. “La necesidad (de evasión)[13] sólo se vuelve imperiosa cuando se convierte en sufrimiento”[14] dice Levinas. El sufrimiento transparenta la patencia del vivir y motivó la evasión. Por eso se explica que al protagonista lo ha tomado la literatura, pues en su sufrimiento ésta le muestra la falsa salida.

Monforte sufre tres grandes periodos de extensa y profunda creación literaria a través de Incesto. Y cada uno de éstos lleva por título los nombres de las únicas tres mujeres en su vida: Júlia, Leonor y Magda. Cada una de ellas, a su manera, provocó la evidencia de la vida banal en el alma de Monforte y éste, para escapar de aquel horror, abrazó la literatura como un náufrago se arrima a los trozos de embarcación que aún no han sido tragados por el mar.

No obstante, nadie puede ser literato para siempre, al final la escritura colapsa. Se saturan los lugares comunes, la vida se vuelve cada vez más patente, horrible e inevitable. Finalmente, el escritor descubre que todas las puertas están selladas y que la evasión es imposible. ¿Qué hacer entonces? Pues, tanto Monforte, como De Sá-Carneiro, optaron por el suicidio como forma de finalizar el tormento. Tomaron el camino de la audacia, el coraje y la energía. Tanto el autor como su personaje escogieron el final que tanto alababan cuando De Sá-Carneiro escribía:

¡Los suicidas! ¡Ah, con qué entusiasmo os admiro, cómo os respeto! Ellos han realizado aquello que querían. He aquí su gran superioridad. Valen mucho más que yo, que lo deseo y nunca seré capaz de vaciar un revólver contra mi cráneo.[15]

¿Qué los habrá hecho cambiar de opinión? Pues, con la misma fuerza que reconocían la determinación de los suicidas, aseguraban que nunca podrían acabar con sus propias vidas. Sucede que la literatura se vicia, la mano se acalambra y el escritor ya no se evade. El literato que no ha muerto es porque no ha escrito lo suficiente. Mas no fue éste el caso, la literatura perdió su energía, se solidificó sobre la banalidad de la vida; y ninguno de los dos pudo soportarla más. Cuando Monforte se da cuenta que el amor que profesa a Magda, su esposa, no es más que el anhelo de su hija Leonor se lanza al vacío en el mismo pozo en donde una vez aquella dio su primer beso. De Sá-Carneiro, por su parte, se comunicó con Fernando Pessoa para contarle que pensaba acabar con su vida ingiriendo estricnina. Una de sus últimas palabras, en una carta fechada el 31 de marzo de 1916, escribió:

No me mato por ninguna causa: me mato porque me puse por las circunstancias -o mejor: fui puesto por ellas, en una áurea temeridad- en una situación para la cual, desde mi propio punto de vista, no hay otra salida[16]. Mejor así. Es la única forma de hacer lo que debo hacer.[17]

Entonces, no corresponde hablar de literatura como si sólo fueran libros, sino que literatura es escribir frente (pero en contra) a la vida. Salir de ésta y, en aquella salida, significar el vivir en toda su vulgaridad. En ello consiste la reflexibilidad de esta evasión. Sin embargo, si la vida motiva la escritura y ésta a su vez la patentiza, ¿qué diferencia existe entre la «vida pre-escritura» y la «vida post-escritura»? Pues, la primera de ellas es la que cada uno de nosotros sufrimos, pero la segunda sólo la viven los que ya han intentado evadirla. Mientras la primera sólo se da en sufrimiento e ilusión de salida, la segunda constata aquel sufrimiento junto con la, ahora, imposibilidad del salir. En este sentido, la «vida post-escritura» es la escritura misma, la cual desmiente la quimera de la «vida pre-escritura», teniendo, finalmente, a la vida en su ilusión, por un lado, y a la escritura, por el otro. En definitiva, el escribir es el vivir, pero vivir verdaderamente, sin espejismos ni esperanzas vanas. Vivir como De Sá-Carneiro y Monforte pudieron hacerlo.


[1] De Sá-Carneiro. Mário. Incesto. Trad. Enrique Moya Carrión. Madrid: Gadir. 2009. 29-30.
[2] Ibíd. 57.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] “En esa misma catástrofe vamos a encontrar la verdadera vida, que es horrible”. Ibid.
[6] Klee, P. Teoría del arte moderno. Trad. Hugo Acevedo. Buenos Aires: Caldés. 2007. 64.
[7] Ibid. 2009. 73.
[8] Ibid.
[9] Levinas. E. De la evasión. Trad. Isidro Herrera. Madrid: Arena libros. 1999. 95.
[10] Ibid. 2009. 71.
[11] Ibid. 95.
[12] Ibid. 97.
[13] Añadido del autor.
[14] Ibid. 1999. 90.
[15] Ibid. 2009. 72.
[16] Las cursivas son mías.
[17] De Sá-Carneiro, M. Últimas cartas de Sá-Carneiro en “Revista de poesía y teoría poética”. Venezuela: Universidad de Carabobo. 17 diciembre 2016.

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