La evasión de la vida.
Sobre la literatura en la obra Incesto de Mário de Sá-Carneiro
Rafael Stockebrand
El hombre es el ser entreabierto.
Gastón Bachelard
Si
es que todo pensar es pensar lingüísticamente y la
escritura no es más que jugar con el lenguaje,
entonces, la escritura es una acción que se ejerce en y
hacia el pensamiento. En este sentido, la literatura va
más allá del mero escribir, sino que es indisociable del
pensar. Si esto es así, no sólo se pone en cuestión lo
que solemos entender por literatura en un sentido
cotidiano, sino que, además, aquella amenaza con
fagocitar todas las demás disciplinas que, de buenas a
primeras, tendemos a concebir como dimensiones separadas
de ésta. El hecho de que ramas como la filosofía, la
historia y hasta las ciencias, tanto naturales, como
sociales, puedan devenir literatura, o que nunca hayan
sido otra cosa que literatura, compromete la forma en
cómo pensamos las distintas dimensiones del conocimiento
y de la realidad. En este sentido, es de suma urgencia
preguntarse por la esencia y extensión de
aquella, y cuáles son sus fronteras. Sin embargo, decir
esencia de la literatura ya nos lleva a un cruce
de caminos en donde debemos tomar una decisión
metodológica, pues aquella puede ser abordada en su
condición conceptual o en su incidencia existencial.
Esto es, podemos tematizar la literatura como un
concepto voraz que amenaza atrapar a las demás
disciplinas en su singularidad o como una experiencia
particular que se aloja en la vida de cada individuo, o,
de manera extrema, es la vida de cada individuo.
Pensemos en el
texto Incesto de Mário de Sá-Carneiro. Esta
novela, publicada en 1912, presenta la trágica historia
de un dramaturgo que, habiendo sucumbido al amor, ya no
sabe qué sentimientos bullen dentro de él. Y es que
nunca es tan claro qué amor es el que siente el
protagonista hacia su pareja, pues ¿acaso es siempre
clara la línea divisoria entre lo filial y lo romántico?
Pero el autor no
sólo se limita a describir una historia trágica y a la
vez hermosamente compleja sobre el amor-perversión
de un hombre vapuleado por la vida –Luís de Monforte–,
sino que, a través de ésta, De Sá-Carneiro expone su
propia historia. Muchas veces el narrador en tercera
persona pasa a la primera persona para llorar sus penas
e infortunios. De este modo, Incesto consta de
dos protagonistas que se pelean los espacios dentro de
la obra, Monforte y De Sá-Carneiro
Ahora, junto a
la complejidad temática y literaria que puede exponer el
texto, propongo rastrear en él una interpretación de la
noción de «literatura».
En el texto,
Monforte educa a su hija Leonor dándole la libertad de
leer todo tipo de libros, sin embargo, sólo le permite
elegir los que se encuentran dentro de lo que él define
como «libros hermosos» y le prohíbe acercarse a la
«literatura de pacotilla». Para el padre, entonces, la
literatura que vale la pena leer es aquella que, siendo
sensual, estremecedora y soberbia, no es para la
gente honesta, pues, según el autor, éstas leen
literatura recatada y tediosa. De este modo se dice:
“Los volúmenes especialmente escritos para ser puestos
en manos de todas las personas, nunca deberían ser
puestos en manos de persona alguna”.
Pero, ¿en qué sentido es siquiera apropiada esta
distinción? ¿Acaso no es más que un simple juicio de
valor personal? Pues, en definitiva, siendo buena o
mala, es aún literatura. ¿Qué ganamos, entonces,
presentando la postura del autor con respecto a la buena
literatura? Esta distinción toma sentido si pensamos que
De Sá-Carneiro no sólo estaría diciendo que la
literatura de pacotilla es mala literatura, sino que
no es, en definitiva, literatura alguna, sólo son
malos libros.
Pero, ¿qué es
entonces literatura? A lo largo del texto De Sá-Carneiro
da cuenta de relatos o experiencias que
pueden sugerir una posible interpretación de aquella
noción.
El autor
relaciona el término de «literatura» con el de
«excepcional». Así, en el texto él dice: “Pero todo
esto, todo es literatura…, todo esto es excepcional…
Retomemos nuestros asuntos”.
Este extracto se encuentra entre dos relatos
provenientes del hundimiento del Titanic, ocurrido en el
mismo periodo en que esta obra estaba siendo escrita.
Así, por medio de la cita, se separa el relato del «todo
esto» con el de «nuestros asuntos», podríamos también
decir: separa lo excepcional de lo pueril.
Lo excepcional
es la historia de una joven esposa de millonario que,
siendo la madre absolutísima,
rescató a decenas de niños de dentro de los camarotes
del trasatlántico y los puso a salvo en los distintos
botes salvavidas que se alejaban de la catástrofe y se
perdían en la oscuridad de aquel terrible 14 de abril.
De Sá-Carneiro admite haber llorado por aquella mujer y
haberla amado en ese llanto, aún sin conocerla. “Lloré,
sentí una pena infinita por ese lindo rostro de mujer,
la amé, ¡Ah, sí, por un segundo la amé con toda mi alma!
Y lloré”.
Lo pueril, por otro lado, es la vergonzosa historia de
dos hombres abatidos por las armas de los oficiales de
cubierta cuando intentaban pasar por sobre mujeres y
niños para sobrevivir. Vivir y querer vivir es, para el
autor, el sentimiento de revelación, el más sagrado;
pero, a la vez, es el más humano, el más pueril.
Y esto no es literatura, es la vida real, la vida de
todos y cada uno de nosotros.
Para el autor, entonces, la literatura da cuenta de lo
que no es la vida, sino de una realidad otra.
“Ninguna realidad dada, ni aún superior, puede
satisfacernos”
dice Paul Klee en su texto Teoría del arte moderno.
La realidad literaria, entonces, es aquella que nunca es
dada y, por lo tanto, con la que no podemos estar
insatisfechos. Así, el sentido de la literatura en
Incesto es el de la evasión de la vida. Una
antitésis a la realidad.
He aquí una
propuesta de comprensión de la literatura en tanto
modo de evadir la vida banal dirigiéndose hacia
otras posibilidades no dadas de realidad. El escritor,
entonces, es el sujeto de la huida infinita hacia
tierras ignotas. Pero, ¿acaso es posible la
evasión? Esto es, si el escritor logra escapar de sí
y visita, finalmente, otros mundos posibles,
entonces toda realidad que lo acoja será ya
insatisfactoria, exigiendo una nueva salida. Sin
embargo, si fuese así, si toda tierra añorada es
alcanzable, entonces, ¿dónde queda la verdadera salida
del mundo? ¿Si el afuera se vuelve dentro,
qué motiva la escritura?
De Sá-Carneiro
responde a esta interrogante de la siguiente manera:
Proclamando sin
descanso mi desgracia, maldiciendo la existencia, iré
gozando de cuanto en ella encuentro de bueno, como el
resto de la gente, a fin de cuentas. Y escribí todo
esto…Literatura, amigos míos, literatura…
No es posible
hablar de salida en la literatura, pues aquella
no representa un final. El autor admite que jamás tendrá
el valor de cometer suicidio y así acabar con el peso de
la existencia, por lo tanto, lo único que le queda por
hacer es escribir. En este sentido, la escritura es el
medio por el cual el escritor busca infructuosamente
evadirse de su Ser. Sin embargo, escribir no es morir,
sino que, más bien, sufrir. El suicidio termina algo,
cierra una vida, representa un final. La escritura no,
nunca se cierra, nunca se acaba, no termina con nada ni
con nadie. “A pesar de no creer en nada, seguiré
componiendo más libros, siempre más libros, a la
conquista vana de una quimera de oro…”.
Quimera, ilusión de satisfacción, de tranquilidad, ya
sea en la banalidad de la vida o en el cierre del
suicidio; ambas posibilidades clausuradas para el
escritor.
En definitiva,
la literatura no es un morir, pues no es consumación, su
destino no existe realmente. Por eso De Sá-Carneiro dice
que nunca se suicidará, sino que escribirá. Escribir:
pseudo-suicidio. Peor que el suicidio y la muerte. La
impotencia de morir.
Así, también,
aquella –la literatura– es la bisagra, el
desdoblarse del sujeto en el límite de una vida terrenal
y una literaria. El literato rehúye a la vida banal y
honesta. Y, por medio de ésta, reafirma el lugar desde
donde quiere escapar; su vida banal. ¿Qué condición más
terrible que la de una huida que sólo logra recordar
el peligro del que queremos escapar? Levinas
explica, con relación al placer como medio de evasión,
que:
El instante se
reconquista solamente en el momento en que el placer se
quiebra tras la rotura suprema que al ser le ha parecido
el éxtasis absoluto, pero donde está absolutamente
decepcionado y avergonzado de encontrarse existiendo.
En el caso de De
Sá-Carneiro, a diferencia de Levinas, la existencia no
corresponde al ser en su sentido más general, sino que
corresponde a la vida como un sufrimiento eterno.
Sin embargo, la decepción tematizada por Levinas
presenta el mismo sentido de la literatura en Incesto,
el literato, luego del ejercicio del escribir,
avergonzado se reencuentra existiendo.
Literatura: el
fracaso de la sublevación. Escritor: eterno amotinado.
Escribir: añoranza y evasión. En definitiva, el autor,
al igual que su protagonista, se encuentra entre
el vivir y el morir. Aquella ἀπορία es cristalizada en
el libro.
Sin embargo,
¿qué provoca que alguien se arroje al imposible de la
literatura? Para De Sá-Carneiro aquello es provocado por
la miseria del alma humana.
En efecto, el extremo tormento de Monforte al mirar a su
esposa y ver dentro de aquellos ojos el recuerdo de su
hija Leonor, provoca que aquel intente evadirse por
medio de las letras. En este sentido, el autor, hablando
a través del mejor amigo de Monforte, el Doctor Noronha,
explica que “el artista, pues, había caído en una
vulgaridad tan banal que hace mucho tiempo que la
literatura se había apoderado de él.
Vale decir, aquel terrible tormento impuso el
constante horror de la propia vida. “La necesidad
(de evasión)
sólo se vuelve imperiosa cuando se convierte en
sufrimiento”
dice Levinas. El sufrimiento transparenta la patencia
del vivir y motivó la evasión. Por eso se explica que al
protagonista lo ha tomado la literatura, pues en
su sufrimiento ésta le muestra la falsa salida.
Monforte sufre
tres grandes periodos de extensa y profunda creación
literaria a través de Incesto. Y cada uno de
éstos lleva por título los nombres de las únicas tres
mujeres en su vida: Júlia, Leonor y Magda. Cada una de
ellas, a su manera, provocó la evidencia de la vida
banal en el alma de Monforte y éste, para escapar de
aquel horror, abrazó la literatura como un náufrago se
arrima a los trozos de embarcación que aún no han sido
tragados por el mar.
No obstante,
nadie puede ser literato para siempre, al final la
escritura colapsa. Se saturan los lugares comunes, la
vida se vuelve cada vez más patente, horrible e
inevitable. Finalmente, el escritor descubre que todas
las puertas están selladas y que la evasión es
imposible. ¿Qué hacer entonces? Pues, tanto Monforte,
como De Sá-Carneiro, optaron por el suicidio como forma
de finalizar el tormento. Tomaron el camino de la
audacia, el coraje y la energía. Tanto el autor como su
personaje escogieron el final que tanto alababan cuando
De Sá-Carneiro escribía:
¡Los suicidas!
¡Ah, con qué entusiasmo os admiro, cómo os respeto!
Ellos han realizado aquello que querían. He aquí su gran
superioridad. Valen mucho más que yo, que lo deseo y
nunca seré capaz de vaciar un revólver contra mi cráneo.
¿Qué los habrá
hecho cambiar de opinión? Pues, con la misma fuerza que
reconocían la determinación de los suicidas, aseguraban
que nunca podrían acabar con sus propias vidas. Sucede
que la literatura se vicia, la mano se acalambra y el
escritor ya no se evade. El literato que no ha muerto es
porque no ha escrito lo suficiente. Mas no fue éste el
caso, la literatura perdió su energía, se solidificó
sobre la banalidad de la vida; y ninguno de los dos pudo
soportarla más. Cuando Monforte se da cuenta que el amor
que profesa a Magda, su esposa, no es más que el anhelo
de su hija Leonor se lanza al vacío en el mismo pozo en
donde una vez aquella dio su primer beso. De
Sá-Carneiro, por su parte, se comunicó con Fernando
Pessoa para contarle que pensaba acabar con su vida
ingiriendo estricnina. Una de sus últimas palabras, en
una carta fechada el 31 de marzo de 1916, escribió:
No me mato por
ninguna causa: me mato porque me puse por las
circunstancias -o mejor: fui puesto por ellas, en una
áurea temeridad- en una situación para la cual, desde mi
propio punto de vista, no hay otra salida.
Mejor así. Es la única forma de hacer lo que debo
hacer.
Entonces, no
corresponde hablar de literatura como si sólo fueran
libros, sino que literatura es escribir frente
(pero en contra) a la vida. Salir de ésta y, en
aquella salida, significar el vivir en toda su
vulgaridad. En ello consiste la reflexibilidad de
esta evasión. Sin embargo, si la vida motiva la
escritura y ésta a su vez la patentiza, ¿qué diferencia
existe entre la «vida pre-escritura» y la «vida
post-escritura»? Pues, la primera de ellas es la que
cada uno de nosotros sufrimos, pero la segunda sólo la
viven los que ya han intentado evadirla. Mientras la
primera sólo se da en sufrimiento e ilusión de salida,
la segunda constata aquel sufrimiento junto con la,
ahora, imposibilidad del salir. En este sentido, la «vida
post-escritura» es la escritura misma, la cual
desmiente la quimera de la «vida pre-escritura»,
teniendo, finalmente, a la vida en su ilusión, por un
lado, y a la escritura, por el otro. En definitiva, el
escribir es el vivir, pero vivir verdaderamente, sin
espejismos ni esperanzas vanas. Vivir como De
Sá-Carneiro y Monforte pudieron hacerlo.
De Sá-Carneiro. Mário. Incesto. Trad.
Enrique Moya Carrión. Madrid: Gadir. 2009.
29-30.
Ibíd. 57.
Ibíd.
Ibíd.
“En esa misma catástrofe vamos a encontrar la
verdadera vida, que es horrible”. Ibid.
Klee, P. Teoría del arte moderno. Trad.
Hugo Acevedo. Buenos Aires: Caldés. 2007. 64.
Ibid. 2009. 73.
Ibid.
Levinas. E. De la evasión. Trad. Isidro
Herrera. Madrid: Arena libros. 1999. 95.
Ibid. 2009. 71.
Ibid. 95.
Ibid. 97.
Añadido del autor.
Ibid. 1999. 90.
Ibid. 2009. 72.
Las cursivas son mías.
De Sá-Carneiro, M.
Últimas cartas de
Sá-Carneiro en “Revista de poesía y teoría
poética”. Venezuela: Universidad de Carabobo. 17
diciembre 2016.
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