A
cincuenta años de la publicación de sus primeros textos, el nombre de Jacques
Derrida resulta indisociablemente ligado al proyecto de la deconstrucción, al de
esa corriente del pensamiento que se anuncia bajo el signo de la programática
refutación de toda tesis que se pretende fundamental y esencial, o que se supone
originaria y pura. La deconstrucción trata de poner en tela de juicio las
herencias conceptuales de la metafísica para mostrar la imposibilidad de su
fundamentación.
La deconstrucción, como se sabe, ha suscitado muchas críticas, por parte de
varias corrientes filosóficas, que desde distintos puntos de vista la han
acusado de nihilista y superficial, o de mostrarse irresponsable rescpecto de
tareas filosóficas concretas, y en particular por lo que concierne a sus
eficacias políticas. El Congreso internacional “Derrida
político: responsabilidad, perdón, justicia” se propone discutir la
tesis inversa. Deseamos convocar al análisis conjunto de los alcances políticos
que la deconstrucción inspira y a poner de relieve el modo en que ella excede
los discursos puramente especulativos. Como dijo Derrida en Fuerza de ley, con
una afirmación todo menos que evidente, “la deconstrucción es la justicia”: esta
afirmación quizás, únicamente se entienda si se asume que la aporía, lejos de
ser un punto de interrupción insuperable del gesto filosófico, logra mantener
abierto e incierto el horizonte de su efectividad, y consigue sobrepasar el
proyecto especulativo para encarnarse en un gesto performativo. Es en éste
movimiento donde se juega la vocación política de la deconstrucción.
Las tres nociones que hemos puestos en el centro de nuestra interrogación (la
responsabilidad, el perdón y la justicia), lejos de ser las únicas, o de poder
elevarse a elementos ejemplares de la dimensión política de la deconstrucción,
permiten interrogarse, en todos sus matices, sobre la especificidad y la
complejidad de la relación del pensamiento deconstructivo con la aporía.
Responsabilidad, perdón y justicia se configuran frente a un imposible: no se
puede nunca ser responsable sin asumir el fondo de irresponsabilidad de toda
decisión; no se puede perdonar sino lo imperdonable, ya que todo lo “perdonable”
(lo explicable, lo comprensible) no necesita de un auténtico perdón; asimismo la
promesa de justicia no se efectua sino asociada a la estructura temporal
mesiánica de un porvenir que se mantiene separado del presente. Sin embargo,
estas aporías, lejos de indicar puntos de bloqueo o una pasividad sin salida,
pretenden abrirnos a la necesidad de un exceso. La responsabilidad se asume
desde un gesto capaz de romper la mera economía de la ponderación; el perdón se
realiza solo superando la barrera de lo imperdonable y haciendo un paso
imposible; la justicia ordena hacer vacilar el presente con la incondicionalidad
del porvenir. La reflexión derridiana, en todos sus niveles, trata de luchar
para destituir la certeza del presente, del derecho y de la economía, abriendo
el tejido histórico a una inquietud abismal y vertiginosa con un camino cuyos
bordes no están definidos por un saber o una orientación previa, un camino que
pretende superar los límites de la biopolítica y de las problemáticas más
profundas del ejercicio de la soberanía.
Por esto, es que Derrida insistía en varias ocasiones en que la deconstrucción
no puede ser reducida a un ejercicio de crítica. “La deconstrucción no es una
operación crítica –se lee en Points de suspensión– […], [ella] recae siempre, en
un momento o en otro, sobre la confianza concedida a la instancia crítica,
crítico-teórica, es decir, capaz de decidir, a la posibilidad última de lo
decidible; la deconstrucción es deconstrucción de la dogmática crítica”. La
apuesta de esta afirmación no es secundaria, sobre todo si la crítica se
entiende como un trabajo racional de objeciones a una tesis definida en vistas a
obtener una transparencia progresiva de sus presupuestos, y asume la posibilidad
de un camino dirigido asintóticamente hacia la verdad. Es desde otro lugar que
la deconstrucción, más que ofrecerse a transparentar el sentido de sus objetos o
a encontrar un punto de lucidez oponiéndose a otra mirada, desconstruye los
cimientos que levantaron las distinciones y los contrastes críticos.
Esto indica un modo alternativo de compromiso con la actualidad, en la que la
apuesta de la responsabilidad se vuelve indisociable de la de una soberanía
entendida como el momento extra-legal, sobrehumano (o infrahumano) a partir del
cual se dispone el poder, lo que nos abre al problema zoopolítico detectado por
Derrida en sus últimos seminarios. Del mismo modo, Derrida discute con
Jankélévitch sobre el axioma de un perdón imposible frente a los campos de
exterminio, con argumentos que también podrían ser traspolados a otras
conyunturas históricas de dictadura, genocidio o tortura, y que hacen visible la
imposibilidad de cualquier tipo de economía de memoria y olvido. Algo parecido
ocurre en relación a la justicia y a la memoria histórica, que solo mantienen
sentido cuando son pensadas desde un carácter mesiánico, y al borde del abismo
que las convoca. La necesidad de un juego funambulesco frente a ese espacio
abismal es el del “sí”, el de la afirmación de la vida, que tanto interesa al
último Derrida y que libera la ocasión para un exceso que hace posible la venida
de lo imposible, como un acontecimiento real y siempre inminente.
En el Congreso internacional “Derrida político:
responsabilidad, perdón, justicia”, se abrirá diálogo sobre todos
estos temas, invitando a enfocarnos principalmente el motivo performativo de la
deconstrucción, la efectividad de la aporía, el problema de la soberanía
democrática, la posibilidad ético-política del perdón y el motivo mesiánico de
la justicia.
Programa pronto disponible.
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